Dios permite las dudas para que
vayamos a preguntarle
Algunos se
quedan con la duda y Dios se queda esperando. Es como si alguien terriblemente sediento prefiriera
quedarse con sed y con la pregunta de si el pozo estará vacío, en lugar de ir a
tirar el cubo con la esperanza de hallar agua.
Cayó en mis
manos este texto. Lo encontraron en el bolsillo de un soldado muerto en el
campo de batalla:
Escucha
Dios... nunca he hablado contigo. Hoy quiero saludarte. Me decían que no
existes y yo... ¡tonto de mí! creí que era verdad. Nunca había mirado tu gran
obra, y anoche, desde el cráter que cavó una granada, vi tu cielo estrellado y
comprendí que había sido engañado.
Yo no sé si
Tú estrechas mi mano, pero, voy a explicarte y sé que vas a comprenderme. En
este horrible infierno he encontrado la luz para mirar tu rostro.
No sé qué
más decirte. Tan sólo me alegro de haberte conocido.
Bien, Dios,
me voy... Me encariñé contigo... Como sabes, habrá lucha cruenta y quizá esta
misma noche llamaré a tu puerta. Aunque no fuimos nunca amigos ¿me dejarás
entrar, si llego hasta ti? Pero... ¡si estoy llorando! ¿Ves, Dios mío? Ya no soy
impío. Es extraño, pero ya no temo a la muerte.
Seguramente en la historia de tu vida habrá habido
episodios oscuros. Tal vez te encuentras ahora en uno de ellos y te cuestionas
profundamente si en verdad existe alguien que le dé sentido a todo, si alguien
escucha tu plegaria. Hablas a gritos y nadie responde. Ve y pregúntale a Dios.
Cuando te
vengan dudas así, no tengas miedo. Ve y pregúntale a Dios: ¿Quién eres? ¿Cómo eres? ¿Dónde te
escondes? ¿Soy alguien para ti? ¿Me conoces? ¿Me amas como soy? ¿Algún día
podré conocer tu rostro?
Háblale de
eso que te impide hablar con Él. Precisamente de eso. No vayas a la oración sólo con
tu mente, como a un club de debates. Ve todo tú; ve tal cual eres, tal y como
te sientes ahora. No temas presentarte vulnerable. Ve con humildad y confianza.
Guarda silencio y espera sin miedo la respuesta. Si Dios encuentra un
corazón humilde en actitud de escucha, va a responder. Puedes escribir tu
plegaria, como el soldado.
Verás que
Dios no está ausente, que más bien era otro el ausente… y tal vez como
mecanismo de defensa culpaste a Dios de no existir para ti. La pregunta al
fin no es si Dios te escucha sino si tú le escuchas a Él. “Vino a los
suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) O vives aislado,
desconectado, sin ponerle atención, o no te responde lo que tú esperabas, y
entonces crees que está ausente.
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