martes, 27 de marzo de 2012

LA COMUNIÓN: un regalo de Dios

La comunión: un regalo de Dios que hay que agradecer
 Querido amigo, quiero enviarte en primer lugar un cariñoso saludo pascual salido de mi corazón misericordioso. Estamos ahora en tiempos de gozo. La Pascua es bonita. La Resurrección fue para mí, y para todo el mundo maravillosa. El mal trago de la Pasión, vivida con amor sincero, se quedó atrás. La muerte ha sido vencida. Yo lo que os ofrezco es la vida. Quiero que viváis, y para eso me quedé en la Eucaristía. Ya dije Yo a todos mis discípulos: El que me come vivirá para siempre. Por eso la Pascua es el tiempo de la Eucaristía, porque es el tiempo de la Vida. 
En estos días muchísimos niños se acercan a Mí por primera vez para recibir Mi Cuerpo. Y yo me lleno de entusiasmo. Aunque debo reconocer que los que se ha venido en llamar primeras comuniones, muchas veces se queda en una fiesta donde casi lo que menos cuenta es el acto de amor grandioso de un Dios que se da en comida a unos niños que están naciendo a la vida. Los mayores, en más de una ocasión, no se enteran de lo que ocurre ese día. Y todo se queda en montajes y frivolidades que empañan la grandeza del momento. Y eso hay que evitarlo, porque yo no me he quedado en la Eucaristía para divertir a la gente, sino para que todo el que tenga fe me coma, y me haga suyo. Los pobrecitos hombres tienden a desvirtuar todo lo sobrenatural, rebajando el mayor acto de amor a la vulgaridad de una fiesta social más pagana que cristiana.

Una vez una catequista escribió una carta pensando en los padres, en los mayores. Y tiene razón en todo lo que dice. Te la ofrezco para que la leas, pues Yo suscribo sus palabras, y me identifico con sus sentimientos:

Hace muchos años que soy catequista de Primera Comunión. Considero que ello es una gracia de Dios. En primer lugar, porque recibe una más de lo que pueda dar. Los niños te devuelven el cariño aumentado. Además, te hacen plantearte, mejor dicho replantearte, tu propia fe a través de sus preguntas, pues el niño “no se corta”, como se dice ahora, a la hora de presentarte sus dudas, y más de una vez te pone en algún apurillo al exponerlas de improviso, con relación a algún tema complicado de la vida humana y cristiana; en estos casos, lo peor que se puede hacer es decirles algo para salir del paso, ya que ellos lo captan e inmediatamente pierden la confianza en el catequista. No creo que haya que tener miedo a reconocer ante ellos lo que forma parte del misterio. Por ejemplo, si te preguntan cómo Jesús puede estar presente en la Sagrada Forma, pregunta por otra parte lógica y muy probable, sería absurdo y ridículo recurrir a extrañas transformaciones químicas, o de la materia, en lugar de decirles llanamente, que los cristianos lo creemos y lo aceptamos con gozo, porque nos fiamos de Jesús, que nos lo ha dejado dicho muy claramente en los Evangelios, a través de los testigos presenciales.

Pero el tema que quiero abordar aquí es algo que me preocupa, “que me sucede” cada año al acercarse el mes de Mayo, de las Primeras Comuniones. Todos sabemos que, dado el índice de práctica religiosa, desgraciadamente, para muchos niños se trata de la primera y última Comunión (sí Dios no lo remedia, por medio de una buena abuelita, tía, u otro familiar). No sé si existen estadísticas, pero me temo que sería muy triste conocer el porcentaje de niños que ya el Domingo siguiente al de su Primera Comunión, no van a Misa, sencillamente porque sus padres tampoco van, y no los llevan, y a esas edades no suelen salir solos a la calle. Los mismos niños te lo dicen espontáneamente, “mi papá se queda en casa” y hay que tener en cuenta que el niño tiene al papá y a la mamá como modelos casi exclusivos de referencia, a quienes imitar en lo bueno y en lo menos bueno. Yo siempre planteo este tema en la reunión con los padres, me gustó cuando en una ocasión un padre me dijo: “Mira yo tengo mis dudas de fe, mis dificultades con la Iglesia, pero como quiero ser honesto, y sobre todo por respeto a mi niño, me comprometo a que mi hijo vaya cada Domingo a Misa, porque comprendo que si no, no tendría sentido que pidiese la Comunión para él”. Hace pocos días hablando con un amigo que tiene un hijo en edad de comulgar, me decía: “yo a Misa no voy, pero cuando tengo un problema le rezo a mi Jesús del Gran Poder” (modo de expresar la religiosidad bastante común en muchos españoles). Al hablarle yo del valor comunitario de la Eucaristía como reunión celebrativa de los hermanos que profesamos la misma fe, me reconoció que, en el fondo, era una cuestión de dejadez y pereza, más que de problemas muy importantes en su relación personal con la fe católica.

Quiero terminar con una llamada a la colaboración de quienes leéis estas líneas. Seguramente, casi todos tenemos algún niño cercano (familiar o conocido) que está en estas circunstancias. Pienso que sin necesidad de actitudes impositivas, sino con suavidad y comprensión, podríamos hacer reflexionar a los padres sobre este importante tema. Sería una sencilla, y hermosa contribución a la evangelización de la sociedad. Porque lo que tengo claro es que los niños quieren a Jesús, han comulgado por vez primera con toda la ilusión y saben que Jesús es su Amigo. Por ello, es muy triste que esa relación de amistad tan importante para sus vidas, se vaya enfriando y, acaso, acabe por perderse, por la falta de responsabilidad de sus mayores.

Hasta aquí la catequista. Yo no tengo nada más que añadir. Sólo deseo que penséis bien los padres cual es vuestra responsabilidad, y dejad que los niños se acerquen a Mí, no se lo impidáis. De los que se hacen como ellos es el Reino de los cielos.

Un saludo de corazón de tu amigo


Jesús

Cuando la desunión se evidencia dentro de nosotros


Hermanos, hagan lo que hagan, deben mostrarse caritativos y alegres los unos con los otros. El que trabaja hablará así al que ora: “El tesoro que mi hermano posee, yo lo tengo también, pues todo lo nuestro es común” Por su parte, el que ora dirá al que lee: “El beneficio que saca de su lectura me enriquece, a mí también”. Y el que trabaja dirá aún: “Es en interés de la comunidad que yo cumpla este servicio.”
Los muchos miembros del cuerpo no forman más que un sólo cuerpo y se sostienen mutuamente cumpliendo cada uno su labor. El ojo ve por todo el cuerpo; la mano trabaja por los otros miembros; el pie caminando, los lleva a todos; un miembro sufre cuando otro sufre. He aquí como los hermanos se deben comportar los unos con los otros (cf. Rm12, 4-5). El que ora no juzgará al que trabaja porque no ora. El que trabaja no juzgará al que ora... El que sirve no juzgará a los otros. Al contrario, cada uno, que haga, y actué para la gloria de Dios (cf.1Co 10,31; 2Co 4, 15).
Así una gran concordia y una serena armonía formarán “el vínculo de la paz” (Ef 4,3), que los unirá entre ellos y los hará vivir con trasparencia y sencillez bajo la mirada benévola de Dios. Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración. Además una sola cosa es condición: cada uno debe poseer en su corazón el tesoro que es la presencia viva y espiritual del Señor. El que trabaja, ora, lee, debe poder decir que posee el bien imperecedero que es el Espíritu Santo. (San Macario. Tercera homilía, 1-3)
Comunidad. Bonita y profunda palabra. ¿Qué es para nosotros la comunidad? ¿Podemos vivir realmente unidos a otros hermanos como si fuéramos un solo cuerpo? La Iglesia es comunidad y cuerpo místico de Cristo ¿Cómo entendemos esto?
Mi experiencia me dice que muchos católicos no aceptamos el vínculo real que tenemos dentro de la Iglesia. Pensamos que la salvación es un camino personal, que debe andar cada uno por separado. ¿Somos realmente cristianos si pensamos, sentimos y actuamos de esa forma? Me temo que no. Cristo está entre nosotros cuando nos reunimos en Su Nombre, no cuando vamos cada cual por nuestra parte.
Vivir el cristianismo de manera individual es un hecho diabólico, ya que nos separa generando soledad. Vivir la Fe en solitario nos lleva a la desesperación y a abandonar con facilidad lo que creemos. ¿Para qué nos sirve una religión que no nos une? La palabra religión proviene del verbo latino re-ligare, re-unir.
Así una gran concordia y una serena armonía formarán “el vínculo de la paz” (Ef 4,3), que los unirá entre ellos y los hará vivir con trasparencia y sencillez bajo la mirada benévola de Dios. No es sencillo llegar a esa concordia y a la serena armonía que San Macario nos indica. En el camino de la vida nos encontraremos con muchas situaciones de ruptura y separaciones que no entendemos. El enemigo vence cada vez que abandonamos el desafío de lograr la concordia. Evidentemente es más fácil darse por vencido que esforzarnos por limar las aristas que nos separan. Es más fácil aceptar la derrota en lo común y centrarnos en lo individual, que suele ser lo que más nos importa. ¿Transparencia y sencillez? Claro, la confianza sólo se hace evidente si no escondemos nada a los demás y actuamos sin segundas intenciones.
San Macario no señala un elemento importante: Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración. ¿Oramos para que Dios nos ayude a integrarnos en la comunidad eclesial? ¿Oramos a Dios para que nos ayude a que nuestras expectativas individuales se plieguen al bien comunitario? El mismo Cristo oró al Padre por nuestra unidad. ¿Por qué nos da tanta grima la oración? Llega a parecernos que orar está contra la modernidad y que si la evidenciamos, nos ganaremos el rechazo de los demás. Orar parece que da mala imagen. Que triste es oírlo tan a menudo y ser conscientes que en el fondo a nosotros también nos lo parece.
En el texto de San Macario aparece un elemento muy interesante: la felicidad por el don que tiene nuestro hermano. Si entendemos que ese don es un regalo que Dios entrega a la comunidad, a lo mejor dejamos de envidiar a quien lo ha recibido. Si nosotros somos quienes lo poseemos, entendamos que ese don no nuestro, sino un regalo que Dios nos ha dado para que lo pongamos al servicio de los demás. Es la única manera de que la concordia y la armonía florezcan entre nosotros con transparencia y sencillez.
Quiera el Señor darnos fuerzas para continuar adelante en el camino de la unidad.

viernes, 23 de marzo de 2012

DIOS Y EL HOMBRE EN DIÁLOGO

        En su exhortación Verbum Domini, Benedicto XVI dice que Dios nos ha hablado por medio de la creación, de los profetas y finalmente por medio de su Hijo. Dios ha querido entablar un dialogo con el hombre. “Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” (n. 22). 
 Muchos  piensan que Dios puede ser una amenaza para la autonomía del hombre. Nada más falso. “La palabra de Dios no se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano”. La palabra de Dios ofrece una “respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez,  una satisfacción de las propias aspiraciones” (n. 23). 
Ahora bien, en todo diálogo hay por lo menos dos personas. El Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. 
La palabra de Dios nos ofrece las fórmulas más bellas para dirigirnos a Dios, modela nuestro espíritu, y nos introduce en el universo de la fe. Gracias a ella abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo. “Con él, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida” (n. 25).
La palabra de Dios nos ayuda también a descubrir nuestras sombras. En la Sagrada Escritura “encontramos la descripción del pecado como un no prestar oído a la palabra,  como ruptura de la alianza, y, por tanto, como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con él” (n. 26). Ante la obediencia radical de Cristo comprendemos que la raíz de nuestro pecado es la negativa a escuchar la palabra del Señor y aceptar su gracia y su perdón.
En esta relación con la palabra de Dios, no podemos olvidar el ejemplo de María. Ella escucha la palabra de Dios, la conserva en su corazón y vive en plena sintonía con ella. “Ella es la figura de la Iglesia, a la escucha de la palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida” (n. 27).
En el cántico de María descubrimos que “la palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la palabra de Dios; la palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la palabra de Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (n. 28).
Esta actitud de María ha de orientar la vida cristiana. Así pues, “todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la palabra y en la celebración de los sacramentos” (n. 28).   José-Román Flecha Andrés

lunes, 19 de marzo de 2012

Una recomendación del Papa en Cuaresma: frecuentar el sacramento de la Penitencia para intensificar el camino de la conversión.

Aunque Benedicto XVI concluyó sus palabras previas al Angelus con un agradecimiento a quienes mañana, festividad de San José y por tanto su onomástica, recen por él, la catequesis del cuarto domingo de Cuaresma tuvo otro protagonista: el sacramento de la Penitencia.
Al acercarse la Semana Santa, cuando ya en el horizonte "se perfila la Cruz", entramos en un periodo en el que debemos "desenmascarar las tentaciones que hablan dentro de nosotros", dijo el Papa, porque "la Cruz es el vértice del amor, que nos alcanza la salvación".
Por tanto, "si el amor misericordioso de Dios, que llega al punto de entregar a su único Hijo en rescate de nuestra vida, es infinito, entonces también es grande nuestra responsabilidad: para que a uno le curen, debe reconocer que está enfermo. Hay que reconocer los propios pecados, para que el perdón de Dios, ya alcanzado en la Cruz, pueda tener efecto en nuestro corazón y en nuestra vida".
Y cita el Papa diversos comentarios de San Agustín al Evangelio de San Juan: "Dios condena tus pecados. Si tú los condenas también, te unes a Dios. Cuando comienza a disgustarte lo que has hecho es cuando comienzan tus obras buenas, porque [reconoces y] condenas tus obras malas".
Pero, señala Benedicto XVI, "a veces el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sólo abriéndose a la luz, sólo confesando sinceramente sus culpas a Dios, se encuentran la verdadera paz y la verdadera alegría. Por eso es importante acercarse con regularidad al sacramento de la Penitencia, en particular en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar nuestro camino de conversión".


sábado, 17 de marzo de 2012

Proclamando a Cristo, proclamando mi fe


No hay que tener vergüenza de amar y hablar de Cristo. Ni siquiera en las situaciones más extrañas…







    




No hay que tener vergüenza de amar y hablar de Cristo, querido lector. Ni siquiera en las situaciones más extrañas… También a mí me tiemblan las piernas en algunas ocasiones, pero por pura gracia de Dios saco fuerzas y me tiro al ruedo. ¡Y me llevo cada santa sorpresa! Lea y asómbrese de lo que me pasó al respecto hace tan solo un mes durante un viaje a la ciudad de Nueva York:
Mientras esperaba junto a dos muchachos la llegada del ascensor en el piso 59 de un hotel, caí en la cuenta de que uno de ellos me era familiar. Se trataba del joven nominado a varios óscares Mark Wahlberg, modelo, actor y productor de películas tan taquilleras como El planeta de los simios, La tormenta perfecta o Boogie nights. Como soy amante del cine, había leído artículos sobre su persona y, tristemente, sabía que este joven tan admirado por millones de fans había tenido un pasado muy turbio. Había sido procesado 25 veces por delitos como hurtos, adicción a la cocaína, violencia racista, tentativa de asesinato y hasta por propinar una salvaje paliza a un joven vietnamita, a quien dejó tuerto. Fue encarcelado y cumplió una seria condena. Sin embargo, también oí que, por pura gracia de Dios, había experimentado últimamente un “leve” acercamiento a Dios, y que había hecho declaraciones muy hermosas: “Nada deseo más que encontrarme con aquel a quien dejé tuerto, pedirle perdón… Solo cuando comencé a hacer el bien al prójimo, pude empezar a vivir en paz. Estoy conociendo poco a poco a Jesús…”. Y, entonces, envalentonada por este recuerdo, me lancé... ¡Pero qué vergüenza me daba! “Va a pensar que estoy chalada…”, me dije.
“Hola Mark. Mira, soy…”, dije. No me pregunte cómo, querido lector, pero en un minuto le había hablado de mi conversión, de mi amor por Cristo, y le animaba a seguirle para vivir centrado en su paz. ¡Y antes de que ambos nos quisiéramos dar cuenta, ya éramos amigos! Me hizo muchas preguntas sobre mi fe bajando en ese ascensor… Justo antes de perdernos de vista para siempre (al llegar a la planta baja), en un impulso inexplicable, me quité el rosario que siempre llevo al cuello y se lo colgué. Me miró lleno de asombro… “¡Qué bonito!”, exclamó. “Es un arma contra el diablo”, dije. “El elemento de oración más hermoso que nos ha regalado nuestra Madre del Cielo. Aprende a rezarlo y vivirás bajo su protección.” “¡Muchísimas gracias!”, dijo, dándome un abrazo. “Adiós, María; seguiremos en contacto”. Eso fue todo, querido lector. Me pidió una tarjeta y le perdí entre la gente del hotel.

Cómo iba a imaginar que ayer mismo iba a recibir una llamada desde Los Ángeles: “Doña María, perdone que la moleste. Soy el agente del señor Walhberg. Ha estropeado el rosario que usted le regaló por exceso de uso... Lo llevaba siempre al cuello y oraba con él. Está desolado y le ruega encarecidamente que le envíe otro lo antes posible. Le atrae mucho su poderosa intercesión. ¡Considera que usted le ha ayudado mucho con su ejemplo de fe y le agradece que le haya enseñado el poder del Santo Rosario! ¿Puede hacerle este favor?”. ¡Qué cosas, querido lector! Y yo, por temer que me considerara una chalada, casi ni me había atrevido a decirle nada…


jueves, 15 de marzo de 2012

EL DESAFÍO DE UNA VIDA

Con motivo de la fiesta de San José, esposo de María, en muchas diócesis se celebra el “Día del Seminario”. Ya sea en grandes edificios o en una sencilla casa parroquial, los aspirantes al sacerdocio ministerial tratan de prepararse con fe a recibir de la Iglesia la estupenda misión de tender puentes entre Dios y los hombres.
Conocemos algunas diócesis en las que un paciente trabajo con universitarios y jóvenes profesionales está produciendo sus frutos. Son unos seminaristas de este siglo, solidarios con el mundo en el que viven y conocedores del mensaje del Evangelio que han de anunciar con su palabra y con su vida entera.
En este año no podemos olvidar la misa que, durante la Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI celebró para los seminaristas en catedral de la Almudena de Madrid. Aquel sábado 20 de agosto, la catedral era, según él, como “un inmenso cenáculo donde el Señor celebraba con deseo ardiente su Pascua con quienes anhelaban presidir en su nombre los misterios de la salvación”.
Así fue al principio y así será siempre. La vinculación entre la última cena de Jesús y la celebración diaria de sus misterios da sentido a toda la vida del sacerdote y alienta la esperanza de los seminaristas, llamados a ser “apóstoles con Cristo y como Cristo, para ser compañeros de viaje y servidores de los hombres”.
Esa llamada gratuita de Dios a trabajar en su viña y apacentar su rebaño orienta la vida de los seminaristas y genera unas actitudes, que el Papa resumía en unos puntos muy concretos:

• Imitar al Señor en su caridad hasta el extremo para con todos, sin rehuir a los alejados y pecadores, y estando muy cerca de los enfermos y de los pobres, con sencillez y generosidad.

• Afrontar este reto sin complejos ni mediocridad, para realizar la vida humana en gratuidad y en servicio, siendo testigos de Dios hecho hombre, mensajeros de la dignidad de la persona y sus defensores incondicionales.

• No dejarse intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener y el placer son los principales criterios de la existencia.

Evocando el lema de la Jornada Mundial de la Juventud, añadía el Papa: “Será entonces cuando una vida hondamente enraizada en Cristo se muestre realmente como una novedad y atraiga con fuerza a quienes de veras buscan a Dios, la verdad y la justicia”.  La fidelidad a la propia vocación tiene que resultar atrayente  en nuestro mundo.
Sobre ese ideal ha vuelto el Papa recientemente en una reflexión espontánea, el 15 de febrero de este año 2012. Dirigiéndose a sus seminaristas de Roma, los invitaba a vivir no en la apariencia, sino en la verdad que nos da la libertad y les proponía el ideal del no conformismo cristiano, que nos redime y nos restituye a la verdad.
Evidentemente, estas propuestas para los seminaristas de hoy constituyen un verdadero desafío, osado y arriesgado como pocos, pero fascinante y lleno de esperanza.                         José-Román Flecha Andrés


lunes, 12 de marzo de 2012

«No hay una comunicación directa con Dios para la absolución de los pecados»

Entrevista con el padre Hernán Jiménez, confesor en Santa María la Mayor de Roma
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En su reciente discurso a la Penitenciaría Apostólica, el papa insistió en que “la nueva evangelización parte también del confesionario”, porque solo quien se ha dejado renovar profundamente por la Gracia divina, puede llevar en sí mismo y por tanto anunciar, la novedad del Evangelio.

En este contexto cuaresmal, ZENIT entrevistó al padre Hernán Jiménez, confesor de la basílica Santa María la Mayor de Roma, quien forma parte de una antigua tradición que confió a la orden dominica el encargo de atender a los penitentes de uno de los cuatro templos papales. Y les recuerda a los turistas y fieles que pueden confesarse en alguna de las muchas lenguas modernas --y antiguas como el latín--, que ofrecen como servicio los hijos de santo Domingo de Guzmán.
- Parece que en estos días de Cuaresma hay una mayor afluencia de personas que acuden al sacramento de la reconciliación…
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Hay mucha afluencia porque con motivo de la Pascua los cristianos quieren reconciliarse con el Señor. La Iglesia les recuerda que tienen la posibilidad de retomar el camino al Padre que espera al hijo, que reconoce haberse equivocado y regresa a pedirle perdón, como hijo. Este es el tiempo mas favorable para nuestra conversión.
- ¿Por qué la Cuaresma es un tiempo privilegiado para acudir a este sacramento? - Porque a través de la oración, de la penitencia moral, mas que corporal, las obras de caridad nos hacen participar más íntimamente a la pasión y a la resurrección del Señor. Es una preparación a la Pascua, que nos hace tomar conciencia de la necesidad de reconocernos amados por Dios, nuestro Padre. Porque todo cristiano creyente debe vivir y sentir la necesidad de su conversión.
- ¿Dios perdona siempre? ¿Acaso Dios perdona todo?- Dios como padre bueno, compasivo y misericordioso perdona siempre todas nuestras faltas y pecados. Dios perdona todo si el hombre humildemente se reconoce pecador, como dice Mateo 18, 21 y siguientes.
- ¿Cada cuánto tiempo debe confesarse un católico?- Por lo general con mucha frecuencia y en manera particular una vez en el año y posiblemente en Pascua. Es decir, depende del grado de conciencia en la relación con Dios: más conciencia se tiene de la presencia de Él, más fuerte es la necesidad de pureza. Más se vive junto con el Señor con el espíritu de fe, mucho más buscamos vivir nuestra vida con gran rectitud.
- ¿Cuál es la mejor forma de prepararse para la confesión?- Haciendo el examen de conciencia sobre los mandamientos, los preceptos de la Iglesia, el precepto de la caridad fraterna. Y también con todos nuestros deberes de cristianos, como verdaderos creyentes y practicantes.
- Hoy ya no se manda solo rezar como penitencia, sino también hay acciones, diríamos ´de resarcimiento´, ¿es esto oficial, es decir, estas pueden reemplazar a las oraciones mismas?
- Las obras de caridad remplazan muy bien la oración, porque el resarcimiento o restitución es una obligación de justicia.
- ¿Existe acaso la confesión "directa con Dios", tal como argumentan algunos? ¿Cuál es la diferencia de esa práctica con el sacramento de la Reconciliación? - Con Dios hay una comunicación directa con la oración y la meditación interior, pero nunca la remisión de los pecados. Según el mandato del Señor, solamente los apóstoles y sus sucesores, los sacerdotes, lo hacen.

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¿Cuál es la base bíblica del perdón de los pecados ejercida por un sacerdote frente a un penitente? ¿Él actúa en nombre de Dios o lo hace por su propio poder de consagrado?- La base la encontramos en los Evangelios, en Juan 20, 22-23. El sacerdote actúa en el nombre de Dios y lo hace por el mandato de la Iglesia que recibe en la ordenación sacerdotal. El sacerdote remite todo pecado con la formula: “… en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
- ¿Ya los apóstoles se confesaban? - No tenemos ningún documento ni tampoco en los evangelios, pero se deduce por la debilidad de nuestra naturaleza. Ellos eran también como los demás, pobres hombres y pecadores.
- ¿Desde cuándo empezó la confesión en la Iglesia, tal como la conocemos hoy?- Desde los primeros tiempos de la Iglesia en que era pública. Después, en el siglo IV empezó a ser privada o auricular.
- ¿Desde qué edad y hasta cuándo está mandado que un católico se confiese?- En cualquier edad. Pero la Iglesia aconseja practicarla con la primera comunión. Y, hasta que tenga uso de razón, porque debe ser consciente de su vida moral y de creyente.
- El papa Benedicto XVI dijo que a los enfermos hay que llevarles la confesión siempre. ¿Se puede pecar cuando uno está sufriendo, postrado en una cama?- Es para la serenidad y la tranquilidad de la conciencia y para darle sostén, fuerza y consuelo en el sufrimiento corporal.
- El que no está casado por la Iglesia, ¿puede confesarse? - No, puede porque vive en estado de pecado.
- ¿De qué modo el sacramento de la reconciliación podría ser un elemento importante para la nueva evangelización querida por el Papa?- La reconciliación es muy importante e indispensable para todo cristiano, especialmente en este periodo histórico en que el pueblo busca alejarse de los sacramentos. Y porque a través de la toma de conciencia, reconociendo con gran humildad la miseria y la debilidad de su naturaleza humana delante de Dios y de los demás, lo hace más humano y sensible al otro y de un modo especial a ese Otro que es Dios.
- Es una antigua tradición que los confesionarios de la basílica papal Santa María la Mayor de Roma estén a cargo de los padres dominicos, ¿no?- Es una antigua tradición desde la fundación de la Penitenciaria Apostólica hecha por el papa Pio V, quien en 1568 la confió a los padres Dominicos.
- Vemos que las personas se pueden confesar en varias lenguas con ustedes...- En latín y en todas las demás lenguas modernas. Se busca cubrir la mayor parte de los idiomas con mucha diligencia y preocupación apostólica.
- ¿Cuántas horas confiesa usted al día? ¿Lo hace todos los días de la semana?- Todos estamos dedicados en este ministerio de la Reconciliación por lo menos 23 horas semanales. Depende del día, con un día y medio de descanso semanal.
- Se dice que los confesores tienen una ´terapia´ para no ´cargarse´ con tantos pecados que escuchan... ¿Necesita usted de ese tipo de ayudas? - Para nada. Todos, con gran espíritu de fe y generosidad fraterna, realizamos esta misión apostólica. No hay ninguna terapia, la única es la reconciliación con Dios a través de su misericordia y perdón.
- ¿Quiénes se confiesan más, los hombres o las mujeres? ¿Los mayores o los más jóvenes? - Todas la categorías de personas sin ninguna distinción. Muchos son jóvenes, mujeres y los mayores.
- A nivel general, ¿podría decirnos con qué angustias y dolores acuden hoy las personas a confesarse?- La angustia es por los pecados cometidos y salen con mucha paz interior y gozo espiritual. Y también influyen los problemas de nuestra sociedad actual, como la soledad, la falta de trabajo, falta de recursos económicos, entre otros.
- Se dice que los papas se confiesan seguido, y que el beato Juan Pablo II lo hacía semanalmente... ¿Benedicto XVI ha seguido esta práctica?- Claro, como todo cristiano y buen pastor de la Iglesia universal: nadie es impecable y perfecto en este mundo. También el papa actual se confiesa regularmente.
- ¿Qué le diría a algunos de nuestros lectores, que no se animan a confesarse aún en esta Cuaresma?- A confrontarse humildemente con la palabra de Dios y seguir toda inspiración divina para llegar a una autentica vida de conversión. Aprovechando toda ayuda que el Señor en su paciente misericordia pone a nuestro alcance. Es decir, no privarse de una válida ayuda para sus vidas que es espiritual y moral.

miércoles, 7 de marzo de 2012

TIEMPO DE CRISIS

La preocupación por la crisis económica es una inmensa mancha de aceite. Lo impregna todo: las noticias, las decisiones políticas y los recortes en las empresas. Da pie a  las viñetas de los periódicos y a los mensajes “indignados” que nos llegan por el correo electrónico. Los pobres no son números en una estadística. Tienen rostro y tienen nombre. 
En su carta encíclica Caridad en la verdad,  publicada el 29 de junio de 2009, Benedicto XVI reconocía  que “el desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas y que, últimamente, ha dado a muchos países la posibilidad de participar efectivamente en la política internacional”. Pero a continuación afirmaba que “el desarrollo económico mismo ha estado, y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto”.
A la vista de tales desviaciones cabe la indignación de muchos, al comprobar que las cargas no se han repartido de forma equitativa. Caben también los cambios políticos y los dramáticos recortes en los servicios públicos y en las prestaciones sociales. Pero la crisis nos lleva a preguntarnos por el destino mismo del hombre.
Hay muchos fenómenos que nos invita a una seria reflexión. El Papa menciona, en concreto “las fuerzas técnicas que se mueven, las interrelaciones planetarias, los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente, o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”.
 Todos estos factores suponen un riesgo tremendo para el bien presente y futuro de la humanidad. Todos ellos forman una red de múltiples relaciones. Y todos ellos nos exigen repensar nuestro ser y nuestro comportamiento, para intentar llegar a una nueva síntesis humanista.
Si la borrachera del progreso nos llevó a la presunción y la altanería, la crisis no ha de sumirnos ni en la desesperación ni en la apatía. Se impone una reflexión y una renovación de las claves morales que pueden orientar a la persona y a la sociedad. Con razón dice el Papa que  “hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor”.
El tiempo de cuaresma es un momento oportuno para la conversión. “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada” (CV 21).
José-Román Flecha Andrés