miércoles, 7 de marzo de 2012

TIEMPO DE CRISIS

La preocupación por la crisis económica es una inmensa mancha de aceite. Lo impregna todo: las noticias, las decisiones políticas y los recortes en las empresas. Da pie a  las viñetas de los periódicos y a los mensajes “indignados” que nos llegan por el correo electrónico. Los pobres no son números en una estadística. Tienen rostro y tienen nombre. 
En su carta encíclica Caridad en la verdad,  publicada el 29 de junio de 2009, Benedicto XVI reconocía  que “el desarrollo ha sido y sigue siendo un factor positivo que ha sacado de la miseria a miles de millones de personas y que, últimamente, ha dado a muchos países la posibilidad de participar efectivamente en la política internacional”. Pero a continuación afirmaba que “el desarrollo económico mismo ha estado, y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto”.
A la vista de tales desviaciones cabe la indignación de muchos, al comprobar que las cargas no se han repartido de forma equitativa. Caben también los cambios políticos y los dramáticos recortes en los servicios públicos y en las prestaciones sociales. Pero la crisis nos lleva a preguntarnos por el destino mismo del hombre.
Hay muchos fenómenos que nos invita a una seria reflexión. El Papa menciona, en concreto “las fuerzas técnicas que se mueven, las interrelaciones planetarias, los efectos perniciosos sobre la economía real de una actividad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente, o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”.
 Todos estos factores suponen un riesgo tremendo para el bien presente y futuro de la humanidad. Todos ellos forman una red de múltiples relaciones. Y todos ellos nos exigen repensar nuestro ser y nuestro comportamiento, para intentar llegar a una nueva síntesis humanista.
Si la borrachera del progreso nos llevó a la presunción y la altanería, la crisis no ha de sumirnos ni en la desesperación ni en la apatía. Se impone una reflexión y una renovación de las claves morales que pueden orientar a la persona y a la sociedad. Con razón dice el Papa que  “hemos de asumir con realismo, confianza y esperanza las nuevas responsabilidades que nos reclama la situación de un mundo que necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor”.
El tiempo de cuaresma es un momento oportuno para la conversión. “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada” (CV 21).
José-Román Flecha Andrés


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