martes, 27 de marzo de 2012

LA COMUNIÓN: un regalo de Dios

La comunión: un regalo de Dios que hay que agradecer
 Querido amigo, quiero enviarte en primer lugar un cariñoso saludo pascual salido de mi corazón misericordioso. Estamos ahora en tiempos de gozo. La Pascua es bonita. La Resurrección fue para mí, y para todo el mundo maravillosa. El mal trago de la Pasión, vivida con amor sincero, se quedó atrás. La muerte ha sido vencida. Yo lo que os ofrezco es la vida. Quiero que viváis, y para eso me quedé en la Eucaristía. Ya dije Yo a todos mis discípulos: El que me come vivirá para siempre. Por eso la Pascua es el tiempo de la Eucaristía, porque es el tiempo de la Vida. 
En estos días muchísimos niños se acercan a Mí por primera vez para recibir Mi Cuerpo. Y yo me lleno de entusiasmo. Aunque debo reconocer que los que se ha venido en llamar primeras comuniones, muchas veces se queda en una fiesta donde casi lo que menos cuenta es el acto de amor grandioso de un Dios que se da en comida a unos niños que están naciendo a la vida. Los mayores, en más de una ocasión, no se enteran de lo que ocurre ese día. Y todo se queda en montajes y frivolidades que empañan la grandeza del momento. Y eso hay que evitarlo, porque yo no me he quedado en la Eucaristía para divertir a la gente, sino para que todo el que tenga fe me coma, y me haga suyo. Los pobrecitos hombres tienden a desvirtuar todo lo sobrenatural, rebajando el mayor acto de amor a la vulgaridad de una fiesta social más pagana que cristiana.

Una vez una catequista escribió una carta pensando en los padres, en los mayores. Y tiene razón en todo lo que dice. Te la ofrezco para que la leas, pues Yo suscribo sus palabras, y me identifico con sus sentimientos:

Hace muchos años que soy catequista de Primera Comunión. Considero que ello es una gracia de Dios. En primer lugar, porque recibe una más de lo que pueda dar. Los niños te devuelven el cariño aumentado. Además, te hacen plantearte, mejor dicho replantearte, tu propia fe a través de sus preguntas, pues el niño “no se corta”, como se dice ahora, a la hora de presentarte sus dudas, y más de una vez te pone en algún apurillo al exponerlas de improviso, con relación a algún tema complicado de la vida humana y cristiana; en estos casos, lo peor que se puede hacer es decirles algo para salir del paso, ya que ellos lo captan e inmediatamente pierden la confianza en el catequista. No creo que haya que tener miedo a reconocer ante ellos lo que forma parte del misterio. Por ejemplo, si te preguntan cómo Jesús puede estar presente en la Sagrada Forma, pregunta por otra parte lógica y muy probable, sería absurdo y ridículo recurrir a extrañas transformaciones químicas, o de la materia, en lugar de decirles llanamente, que los cristianos lo creemos y lo aceptamos con gozo, porque nos fiamos de Jesús, que nos lo ha dejado dicho muy claramente en los Evangelios, a través de los testigos presenciales.

Pero el tema que quiero abordar aquí es algo que me preocupa, “que me sucede” cada año al acercarse el mes de Mayo, de las Primeras Comuniones. Todos sabemos que, dado el índice de práctica religiosa, desgraciadamente, para muchos niños se trata de la primera y última Comunión (sí Dios no lo remedia, por medio de una buena abuelita, tía, u otro familiar). No sé si existen estadísticas, pero me temo que sería muy triste conocer el porcentaje de niños que ya el Domingo siguiente al de su Primera Comunión, no van a Misa, sencillamente porque sus padres tampoco van, y no los llevan, y a esas edades no suelen salir solos a la calle. Los mismos niños te lo dicen espontáneamente, “mi papá se queda en casa” y hay que tener en cuenta que el niño tiene al papá y a la mamá como modelos casi exclusivos de referencia, a quienes imitar en lo bueno y en lo menos bueno. Yo siempre planteo este tema en la reunión con los padres, me gustó cuando en una ocasión un padre me dijo: “Mira yo tengo mis dudas de fe, mis dificultades con la Iglesia, pero como quiero ser honesto, y sobre todo por respeto a mi niño, me comprometo a que mi hijo vaya cada Domingo a Misa, porque comprendo que si no, no tendría sentido que pidiese la Comunión para él”. Hace pocos días hablando con un amigo que tiene un hijo en edad de comulgar, me decía: “yo a Misa no voy, pero cuando tengo un problema le rezo a mi Jesús del Gran Poder” (modo de expresar la religiosidad bastante común en muchos españoles). Al hablarle yo del valor comunitario de la Eucaristía como reunión celebrativa de los hermanos que profesamos la misma fe, me reconoció que, en el fondo, era una cuestión de dejadez y pereza, más que de problemas muy importantes en su relación personal con la fe católica.

Quiero terminar con una llamada a la colaboración de quienes leéis estas líneas. Seguramente, casi todos tenemos algún niño cercano (familiar o conocido) que está en estas circunstancias. Pienso que sin necesidad de actitudes impositivas, sino con suavidad y comprensión, podríamos hacer reflexionar a los padres sobre este importante tema. Sería una sencilla, y hermosa contribución a la evangelización de la sociedad. Porque lo que tengo claro es que los niños quieren a Jesús, han comulgado por vez primera con toda la ilusión y saben que Jesús es su Amigo. Por ello, es muy triste que esa relación de amistad tan importante para sus vidas, se vaya enfriando y, acaso, acabe por perderse, por la falta de responsabilidad de sus mayores.

Hasta aquí la catequista. Yo no tengo nada más que añadir. Sólo deseo que penséis bien los padres cual es vuestra responsabilidad, y dejad que los niños se acerquen a Mí, no se lo impidáis. De los que se hacen como ellos es el Reino de los cielos.

Un saludo de corazón de tu amigo


Jesús

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