viernes, 23 de marzo de 2012

DIOS Y EL HOMBRE EN DIÁLOGO

        En su exhortación Verbum Domini, Benedicto XVI dice que Dios nos ha hablado por medio de la creación, de los profetas y finalmente por medio de su Hijo. Dios ha querido entablar un dialogo con el hombre. “Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo” (n. 22). 
 Muchos  piensan que Dios puede ser una amenaza para la autonomía del hombre. Nada más falso. “La palabra de Dios no se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano”. La palabra de Dios ofrece una “respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez,  una satisfacción de las propias aspiraciones” (n. 23). 
Ahora bien, en todo diálogo hay por lo menos dos personas. El Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. 
La palabra de Dios nos ofrece las fórmulas más bellas para dirigirnos a Dios, modela nuestro espíritu, y nos introduce en el universo de la fe. Gracias a ella abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo. “Con él, la fe adquiere la forma del encuentro con una Persona a la que se confía la propia vida” (n. 25).
La palabra de Dios nos ayuda también a descubrir nuestras sombras. En la Sagrada Escritura “encontramos la descripción del pecado como un no prestar oído a la palabra,  como ruptura de la alianza, y, por tanto, como la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con él” (n. 26). Ante la obediencia radical de Cristo comprendemos que la raíz de nuestro pecado es la negativa a escuchar la palabra del Señor y aceptar su gracia y su perdón.
En esta relación con la palabra de Dios, no podemos olvidar el ejemplo de María. Ella escucha la palabra de Dios, la conserva en su corazón y vive en plena sintonía con ella. “Ella es la figura de la Iglesia, a la escucha de la palabra de Dios, que en ella se hace carne. María es también símbolo de la apertura a Dios y a los demás; escucha activa, que interioriza, asimila, y en la que la Palabra se convierte en forma de vida” (n. 27).
En el cántico de María descubrimos que “la palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la palabra de Dios; la palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la palabra de Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (n. 28).
Esta actitud de María ha de orientar la vida cristiana. Así pues, “todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la palabra y en la celebración de los sacramentos” (n. 28).   José-Román Flecha Andrés

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